1. Introducciones redundantes
Una buena introducción tiene dos objetivos simples: (1) captar la curiosidad de los oyentes y (2) escoltarlos por el camino hacia la proposición o el pasaje. A menos que seas Matt Chandler, necesitas una. La palabra clave aquí es “una”. Muchos novatos contarán varias historias, divagarán sobre eventos actuales, improvisarán algunos comentarios ingeniosos, o repetidamente darán vueltas al texto, olvidándose de la pista de aterrizaje. No lo hagas. Responde la pregunta: “¿Por qué este pasaje debería fascinarte?”, y luego ve a la Biblia. Oh, y mezcla tus introducciones un poco. Comienza el sermón con una cita, haz una pregunta, recrea el contexto. Piensa detenidamente acerca de cómo hacer que tu introducción sea interesante, diversa, y breve.
2. Ilustraciones perezosas
Las buenas ilustraciones convencen al oyente de que la Biblia tiene piernas; la verdad de Dios camina hábilmente en el mundo real. Estas requieren trabajo duro. Debes cultivar un buen ojo para las ilustraciones, desarrollar un sistema para retenerlas y sacarlas, y dedicar tiempo en la preparación de tu sermón para plantear y aplicar con destreza la ilustración. Las ilustraciones son flojas cuando se vuelven predecibles. El predicador arroja la cubeta con demasiada frecuencia en el pozo poco profundo de ilustraciones del mismo tipo, ya sea deportes, películas, política, o (esto va a doler) su familia.
En el huerto de las ilustraciones, las historias familiares pueden fácilmente convertirse en el fruto que es más fácil de arrancar y se echa a perder rápidamente.
A veces, los jóvenes predicadores simplemente no permiten que su imaginación vaya más allá de su hogar. Nunca van hacia la naturaleza, la historia de la iglesia, una colección más amplia de autoridades culturales, y lo más importante, la Biblia. Al ilustrar puntos usando la Palabra de Dios, se repite el efecto de la Palabra, y se crea una congregación más familiarizada con ella.
3. Factor héroe
Cuando cuentas historias sobre ti mismo o tu iglesia, ¿quién es el héroe? ¿Es Dios? ¿Es el poder notable del evangelio? ¿O son tus historias caballos de Troya que introducen de contrabando tu “yo” en los sermones?
El púlpito es un timón para la iglesia. Afortunadamente, muchos pastores dirigen su iglesia hacia el Dios trino. Pero a veces nuestro mensaje se mueve hacia la montaña del yo.
Puede suceder ya sea a través de una frase o una fragancia familiar, pero el efecto es siempre el mismo: la gente se aleja pensando igualmente en el predicador como en el pasaje. Las historias constantes sobre la familia, un montón de historias de éxito del ministerio personal, un golpe desde el púlpito hacia un crítico, y un vocabulario seleccionado más por astucia que por claridad, pueden llevar a las personas a confiar más en el predicador de Dios que en las promesas de Dios.
Bryan Chapell escribe:
Si bien los relatos de experiencias personales generalmente tienen la característica de que los escuchas pueden identificarse poderosamente, esas ilustraciones deben equilibrarse con material de otras fuentes para evitar acusaciones de preocupación personal.
En lugar de aumentar tu estima a los ojos de la gente, convierte a Dios en el héroe.
4. Abusar de la palabra “evangelio”
Los predicadores jóvenes usan la palabra “evangelio” con demasiada frecuencia. Esto puede parecer una crítica extraña o insignificante, pero por favor escúchame. El uso indiscriminado de la palabra evangelio en un sermón no lo hace centrado en el evangelio más de lo que el uso indiscriminado de la palabra “América” hace que uno sea americano. Hay cientos de formas de describir lo que significa ser americano además de repetir la palabra.
El uso indiscriminado de la palabra evangelio en un sermón no lo hace centrado en el evangelio más de lo que el uso indiscriminado de la palabra América hace que uno sea americano.
Hace años, un líder laico de buen corazón y bíblicamente astuto en nuestra iglesia sugirió que mi predicación podría mejorar si pudiera pensar en otras formas de celebrar la centralidad en el evangelio, aparte de usar la palabra evangelio. Al principio batallé para entender el punto, lo que me hizo preguntarme si realmente entendía mi predicación. Él la entendía demasiado bien. Este hombre fiel no estaba sugiriendo sinónimos para “evangelio”; más bien, que hay cientos de formas de explicar y exaltar las extraordinarias noticias de un Salvador lleno de amor que se sacrificó para salvar a los pecadores.
5. Exposición sin dirección
Todos lo hemos visto. Abrir la Biblia, leer el texto, ofrecer un par de comentarios ceremoniales sobre el pasaje, y luego dejar la órbita textual para llegar a los planetas de “mi carga”, “mis ideas”, y “cosas interesantes que he pensado sobre este tema”.
La verdadera exposición hace que el texto sea el timón del sermón. El texto guía el sermón desde el muelle hacia los mares abiertos del público original, la exégesis, y la contextualización. El texto determina la dirección, la organización, e incluso cómo se aplica el mensaje. Un predicador que se olvida del texto es un barco sin timón, un barco que busca desesperadamente dirección y destino.
Aquí hay una observación para los predicadores: cuanto más listo seas, más te sentirás tentado a ir sin timón. En otras palabras, las mentes que son más fértiles y absorbentes a menudo tienen más ideas que compiten con el texto durante la preparación y exposición. Es la forma en que explico a Spurgeon, cuyos sermones, aunque basados en el texto, centrados en Cristo, y valientemente expuestos, no fueron necesariamente grandes ejemplos de predicación expositiva. Pero él es el Príncipe de los Predicadores, y yo no. Tú tampoco lo eres. Así que toma tu timón y no lo sueltes hasta que hayas terminado de predicar.
6. Atraer con humor
Atraer con humor es hacer un comentario cómico aleatorio que aparece fuera de contexto, fuera de lugar, o fuera de límite. Sucede cuando nuestros intentos de ser inteligentes o ingeniosos se convierten en una distracción. Sacrificamos la sobriedad para causar risa. Preparamos sermones asumiendo que necesita las mejoras de nuestro ingenio. “La risa”, observa John Piper, “parece haber reemplazado el arrepentimiento como el objetivo de muchos predicadores”. No se equivoquen: es un hábito peligroso, uno al que los nuevos predicadores son particularmente vulnerables.
Un predicador novato a menudo selecciona a un predicador Jedi, me refiero a un predicador que es popular por sus conferencias, tamaño de iglesia, o historia, y busca imitar su estilo. Si bien esta es una fase común para la mayoría de los predicadores emergentes, es importante que sea consciente del efecto, y consciente de que al imitar el estilo de humor, es probable que suene enlatado.
Pocas cosas desacreditan a un predicador más rápidamente que la impresión de que no está siendo él mismo. La imitación cómica huele a falta de sinceridad. Esto no quiere decir que no haya lugar para el humor en un mensaje; por el contrario, hay predicadores cuyos mensajes podrían humanizarse un poco mediante una dosis de imaginación cómica. Tengo recuerdos de mensajes en los que me estaba riendo a carcajadas solo para luego ser abierto quirúrgicamente por los comentarios de convicción que le seguían. Cuando se implementa sabiamente y correctamente, el humor es un regalo para la congregación.
Pocas cosas desacreditan a un predicador más rápidamente que la impresión de que no está siendo él mismo.
Si te estás preguntando si es tu don para la congregación, comienza con estas preguntas: ¿Soy gracioso en privado? ¿Alguien aparte de mí, mi esposa, y mi mamá piensan que soy gracioso? Tu humor público debe ser coherente con tu personalidad privada. ¿Mi estilo y la manera en que uso el humor alzan el mensaje o lo distraen? ¿Mi uso del ingenio traiciona mi edad, o mina mi importancia?
7. Fobia a la retroalimentación
La clave del crecimiento como predicador es la evaluación. Sin embargo, resulta desconcertante la frecuencia con la que los nuevos predicadores son reacios a establecer ciclos de retroalimentación que les ayuden a mejorar su sermón y la presentación del mismo. Tal vez no sea tan desconcertante. Es decir, ¿quién quiere que le digan que esas 12 a 20 horas, esas palabras que trabajaste para seleccionar, esas ideas que consumieron tu corazón y tu alma, una vez expuestas, no fueron ni inspiradas ni inspiradoras?
El predicador sabio deja a la gente queriendo más y durmiendo menos.
La evaluación puede ser dolorosa, pero es un buen dolor, del tipo que se siente el día después de comenzar a hacer ejercicio nuevamente. Pocas cosas te ayudarán a crecer más rápidamente como predicador que seleccionar un pequeño grupo de personas calificadas (del personal de la iglesia, o laicos) para proporcionar una honesta retroalimentación. No le temas; enfréntalo. Un área importante a evaluar debería ser la duración del sermón. No empieces con cuánto tiempo se acostumbra en tu tradición o denominación (“¡Soy carismático y predicamos por una hora!”). Comienza con tu experiencia y tus dones según lo definido por el liderazgo de tu iglesia. Si eres como la mayoría, es posible que encuentres que la asignación de tiempo para tus sermones es más corta de lo que deseas. Hazlo. El predicador sabio deja a la gente queriendo más y durmiendo menos.
PUBLICADO ORIGINALMENTE EN THE GOSPEL COALITION. TRADUCIDO POR JENNY MIDENCE-GARCÍA